Joaquín Araújo (Madrid, 31 de Diciembre 1947)
Son muchos los premios y reconocimientos internacionales que este hombre ha recibido, tanto por su labor como divulgador de los innumerables tesoros de la naturaleza como por su trabajo de escritor. Impresiona la cantidad de documentales, publicaciones, programas de radio y televisión, y proyectos relacionados con la conservación del entorno natural que este hombre a creado, dirigido o presentado (y muchas veces, todo a la vez).
Y, sin embargo, en este país nuestro, para la mayoría es un perfecto desconocido. Bastaría con decir que trabajó mano a mano con Félix Rodríguez de la Fuente, en la creación de la mítica serie “El Hombre y la Tierra”, para situarlo. Pero no es así, y además sería injusto, porque ha hecho tanto y tanto más.
Yo lo descubrí hace ya tiempo, en un programa radiofónico de Radio3. Su voz me cautivó inmediatamente. Más que su voz, el tempo que usaba al hablar. Un tempo sin tiempo. Su lenguaje era de una riqueza inusitada, pero no resultaba pedante ni académico. Mezclaba palabras cultas con expresiones y vocablos populares casi olvidados, de una España profundamente rural y conectada con su entorno. Escucharlo era como un bálsamo. Decía cosas hermosas sobre hechos y acciones cotidianas, pero sin resultar empalagoso. Eran hermosas, simplemente, porque las llamaba por sus nombres. Nombres en desuso, arrinconados por el progreso, a los que él sacaba brillo, casi distraídamente. Me hizo pensar que hablar bien, y cultivar nuestro vocabulario, es una forma de cuidarse y cuidar a los demás. Hablar bonito y con una dosis importante de verdad, sienta bien y ayuda a vivir mejor. Tras escucharlo a él, estoy convencido de ello.
Cuando leí su libro “Los árboles te enseñarán a ver el bosque” (2020, Ediciones Critica), volví a sentir lo mismo. Escribía tal cual hablaba (o viceversa). Su conocimiento es vastísimo, pero jamás te hace sentir mal por eso. Todo lo contrario, no hay página que no te invite a conocer más, a seguir preguntándote. Es un eminente cultivador de curiosidad y asombro (a parte de labrador ecológico en su finca de Las Villuercas en Cáceres). Ha plantado tantos árboles como días ha vivido (unos 25000). Es un hombre de acción, que escribe lo que piensa (y siente) y hace lo que dice. Tanto él como su libro inmediatamente se convirtieron en un referente para mí.
En palabras del mismo Araújo: “…todo lo que este libro contiene pretende desembocar en el necesario y urgente reconocimiento de lo que por nosotros hicieron y hacen los árboles con el ánimo de que amanezca algo de reciprocidad”. Y lo consigue. Al acabar el libro, uno se siente enormemente agradecido y en deuda con el bosque, y en general con todo el reino vegetal.
Otra de sus joyas impresas “El placer de contemplar” (2015, Ediciones Carena) nos invita a la hoy rara ocupación del contemplar. Y como no podía ser de otra manera, se trata de contemplar nuestro entorno natural, nuestros paisajes, el espacio “de la vivacidad”, como él lo llama.
“Perderse el gran espectáculo de los entornos naturales es el primer paso para perderlos del todo…He mantenido, desde hace mucho, que todo paisaje no sentido está ya muerto”
“…la contemplación incluye, al incluirte en las tramas de la vivacidad, la posibilidad de ser instruido en lo esencial por lo esencial”
El libro está lleno de perlas que ya sea en forma de aforismos, o poemas, te hablan de forma directa al corazón, único músculo capaz de provocar y generar cambios.
Aquí tenéis unos pocos:
“Lo esencial es el conjunto. Una mirada enamorada es panorámica”
“Si consigues llegar a ser empedernido mirón de lo vivaz, conviertes en lo más tuyo lo más de todos. Sin quitárselo.”
“Se trata de convertir en sentimiento inmensidades que no sienten nada y te piden que lo hagas por ellas”
“Ahí afuera a menudo callar es llamar, por fin, a las cosas por su nombre”
“Moriremos de un ataque agudo de falta de asombro”
“Si lo mirado te mira, inmensas”
“Contemplar es cultivar tus sentidos. Luego ellos cultivan tu sensibilidad”
Este ser emboscado, que es capaz de transmitir tanto sin irse por las ramas, vive para comunicar y contagiar el “sentido del asombro” a las nuevas y viejas generaciones. Con cada libro, acorta distancias entre los que se creen diferentes de lo que los rodea y su entorno. Gracias a su enorme erudición y conocimiento directo, a su experiencia y vivencia del paisaje natural y lo que lo conforma (incluyéndonos a nosotros, los humanos) consigue que poco a poco vayamos asumiendo que somos naturaleza. Leerlo me da esperanza y me reconcilia con mi especie. Y no es poco.