ROBIN WALL KIMMERER ( (1953, New York)
Seguimos con mujeres, y seguimos sin salir de EEUU, cuna indiscutible de una gran estirpe de escritoras y escritores de naturaleza que han bebido de Thoreau, Muir, Burroughs, Emerson y muchos otros. Pero en este caso, nuestra protagonista ha bebido, además, de fuentes muy distintas. No de personalidades, sino de una cultura entera arraigada a la tierra, que no ha necesitado de este tipo de escritores para re-descubrir su entorno, porque nunca dejó de formar parte de él.
Robin es Licenciada en Botánica, escritora y docente distinguida en el SUNY College of Environment Science and Forestry de Nueva York. De ascendencia mixta, medio europea y Anishinaabe, es miembro de la Citizen Potawatomi Nation. Es fundadora y dirige el Centro para los Pueblos Nativos y el Medio Ambiente. En colaboración con socios tribales tiene un programa de investigación activa en ecología y restauración de plantas de importancia cultural para los nativos.
Todo en ella desprende una energía creadora que tranquiliza. Hay algo bondadoso en su mirada. Acogedor. Y eso transpira en todo lo que escribe.
La descubrí, como la mayoría, a través de su maravilloso y aleccionador libro “Una trenza de hierba Sagrada”. Desde la primera de sus páginas, me tuvo absolutamente fascinado la forma que tiene de trenzar (nunca mejor dicho) los tres tipos distintos de conocimiento, que ella atesora: el científico, el espiritual y el de su vivencia personal como mujer, madre e indígena americana.
Para empezar, su posicionamiento con respecto a la naturaleza es de una enorme y sincera humildad, que desmonta todo prejuicio sobre la acostumbrada altisonancia y superioridad científica. Humildad para aprender, para respetar y empatizar con la naturaleza. La cosmovisión indígena parte del hecho de que los humanos somos ligeramente inferiores. Somos los hermanos pequeños de la Creación, y como toca a un hermano pequeño, este debe aprender de sus hermanos mayores, las plantas, el águila, el ciervo o la rana. ¿No es eso hermoso, además de cierto?
Partiendo de aquí, el libro no para de enseñarnos cosas, de esas que difícilmente se olvidan. Todas se engloban dentro de lo que la autora llama la Cultura de la Gratitud. Cultura que está en el tuétano de la vida indígena.
Una de las ideas que me ha atravesado, es la de la gramática de lo animado. Robin, nos alerta del peligro que encierran los pronombres que utilizamos. Llamamos eso al árbol, y eso nos hace más fácil coger la sierra y talarlo. Si en vez de eso fuse él, quizás nos lo pensaríamos dos veces.
“Tal vez una gramática de lo animado podría llevarnos a formas completamente nuevas de vivir, a que otras especies sean también pueblo soberano, a un mundo organizado según una democracia de especies frente a y no a partir de la tiranía de una sola, a la responsabilidad moral hacia el agua y hacia los lobos y un sistema legal que reconozca el lugar que ocupan todas las criaturas. Todo está en los pronombres.”
Una “democracia de especies”. Que idea más bonita y deseable. ¿Seremos capaces de bajar de nuestro pedestal y reorganizarnos desde esa perspectiva? Yo creo que vale la pena intentarlo.
Otra: la economía del don. Un don, tal y como lo explica Robin, es algo a cambio de nada, algo a cambio de las obligaciones que lleva consigo. En la economía de los dones, la propiedad llevo consigo una lista de responsabilidades.
“Una relación con la naturaleza basada en los dones supone un constante dar y recibir que reconoce nuestra participación en el progreso natural y nuestra dependencia de él. Preferimos entonces responder a la naturaleza como si fuera una parte de nosotros mismos, no como algo extraño o ajeno que podamos explotar. El intercambio de dones es la forma más adecuada de comercio, pues contribuye al progreso de la naturaleza y armoniza con él”
Hay tanta sabiduría, como erudición en este libro, pero quizás lo que más me sorprendió fue el enorme sentido común que desprenden todas sus palabras. Sentido común, que, en el seno de la cultura indígena, su cultura, mantiene todo su significado.
La idea hace daño. En occidente, como escuché una vez en boca de Tom Waits “el sentido común es el menos común de los sentidos”. Es como si, en nuestra sociedad individualista, hubiéramos abandonado ya la idea de que exista un “espacio de encuentro “un “lugar común” en el que todos estaríamos de acuerdo, sin necesidad de argumentar o discutir. Hemos perdido la noción de lo común.
No os voy a desvelar más. Os animo encarecidamente a que leáis el libro, y practiquéis desde entonces y para siempre, la cultura del agradecimiento. De nuevo, se trata de un libro que hace mejores personas. Necesitamos de estos libros (¡y de sus autoras!).
Me encantaría desayunar un día con Robin. Mirarle a los ojos, y darle las gracias por lo mucho que me ha enseñado. Ofrecerle, en un gesto, todo el amor que ha inoculado en mis acciones y pensamientos. Su libro es un don, y como tal ha generado en mí una serie de responsabilidades, que intento cumplir cada día que pasa. Me gustaría hacerle una proposición. Que nos embarquemos en un proyecto. Juntos, ella, yo y los pueblos indígenas de América. Me gustaría capturar los olores de sus rituales, de las plantas que forman parte de sus culturas. Devolverles los aromas de sus paisajes y costumbres, para que, a través del olfato, puedan revivir la emoción de lo común.