Antes de apasionarme por el reino vegetal, la palabra bosque tenía un significado genérico, como pradera, desierto o ciénaga. Por supuesto encerraba connotaciones simbólicas, miedos atávicos y mucha literatura. Pero básicamente designaba una densidad botánica considerable, una agrupación de árboles, una barrera o el límite de la influencia del hombre.
Creía conocer la diferencia entre un bosque y una jungla, o la selva, pero incluso ahora tengo mis dudas. Pero entonces comencé a poner nombre a las partes del todo, y distinguir abedules de hayas, encinas de alcornoques, robles, espinos blancos, enebros, endrinos, adernos, lentiscos, jaras y brezos. Ya no era un bosque. Ahora era un hayedo viejo sembrado de acebo. Un encinar rebrotado del fuego y, por lo tanto, tapizado de jaras blancas y negras. Un bosque de ribera con helechos, zarzaparrilla y colas de caballo. Donde antes veía verde, ahora veo remedios para la tos o los nervios. Veo el olvido de los hombres. Las inclemencias del tiempo. Nombrar, tiene un gran poder transformador.
Por supuesto que las cosas están ahí y ejercen su enorme influencia sobre nosotros, sin prestarnos demasiada atención. El bosque no nos necesita para ser bosque y poco le importa a él que yo sepa distinguir sus múltiples matices. Pero a mí sí. En realidad, no se trata de poner nombre a las cosas, sino cosas a los nombres. Acebo (grèvol), por ejemplo. ¿Cuantas veces habré yo leído esta palabra e intuido su fuerza sin saber exactamente lo que era? Guía en mano, descubro lo familiar que me resulta y se agolpan en mi cabeza la multitud de imágenes y tradiciones que el rojo de sus bayas encierra.
Acebo, grèbol (Ilex aquifollium)
Y aquí empieza todo: ahora quiero aprender a distinguirlo del rusco (galceràn). ¿Y cual es el que pone mi madre en los centros de mesa por navidad? Nombrar acerca al mismo tiempo que distancia, separa y distingue. Por eso, cuando uno empieza no encuentra nunca el momento de parar. La botánica y su obsesión por nombrar y clasificar , no te da acceso a los secretos de la naturaleza, sólo te entrega el código con el que uno debe salir ahí, adentrarse en su espesura y descifrar. Es la experiencia la que otorga poder a las palabras y las llena de sentido. Hacer un ramo de ruscos y acebos y pincharse hasta sangrar con sus puntiagudas hojas. Así es como poco a poco voy aprendiendo.
Rusco,grèvol (Ruscus aculeatus)