El lentisco o llentiscle, en catalán, es una de las plantas más habituales de nuestros paisajes. Su intenso verdor, tapiza la mayoría de los bosques de transición Mediterránea donde conviven pinos, encinas y robles.
Este noble arbusto es utilizado todavía hoy, en algunos rituales, tanto de la tradición judía como musulmana sembrando la cuenca Mediterránea de simbologías y relatos.
Ya los egipcios la utilizaban en sus rituales de momificación y los fenicios usaban sus ramas para amortiguar las cargas de ánforas y tinajas en sus rutas comerciales. Sin duda eso nos da una posible explicación al amplio mapa genético que tiene la especie en el Mediterráneo. En la Grecia antigua ya se utilizaba su resina, la almáciga, como dentífrico natural y todavía hoy se destila para elaborar la Mastica, un aguardiente muy popular.
Sin embargo, en nuestro país, hoy en día, es una gran desconocida. Y eso que en tiempos se explotaba de forma sistemática. En invierno es cuando el lentisco da lo mejor de sí. Sus frutos, maduran en los meses más fríos. Su textura prieta, su enorme valor nutritivo y su color, de un rojo vino intenso hace las delicias de muchas aves.
Es entonces cuando te puedes encontrar con una escena ciertamente inquietante:
Estas paseando tranquilamente, y tras escuchar cierta agitación, te encuentras con unos montones de ramos de lentisco apilados en las orillas del camino, como abandonados allí repentinamente. En el aire se respira cierta clandestinidad de acción abortada, y entre los arbustos intuyes difusas presencias acongojadas.
Esta escena se repetía año tras año, en las semanas anteriores a Navidad, sin saber yo a qué se debía.
Cuando supe más sobre los mil usos y propiedades del lentisco, descubrí que grupos espontáneos de recolectores furtivos acudían a los bosques, para llevarse las ramas más jóvenes, que venden después en Francia y el norte de Europa para hacer coronas de muertos, y arreglos florales. Traficantes de plantas en la Europa del siglo XX. No podía dejar de fascinarme. Como los etruscos (porqué de hecho, muchas veces son marroquíes los que lo hacen) siguen ampliando el mapa genético de la especie. A mucha gente le molesta este tráfico vegetal, sin saber muy bien lo que significa, pero por lo que yo he visto, los que lo llevan a cabo, lo hacen con sumo respeto, y saben muy bien lo que hacen. Sólo los seres más insensibles e irreflexivos, serían capaces de destrozar y agotar lo que les da de comer.
Cosa que, pensándolo bien, nos coloca a los humanos en un lugar detestable.
Pero volviendo al lentisco, me olvidaba de lo que para mí es más relevante. Su olor. Puro bosque. Intenso, agreste, verde y penetrante. Poca gente se atreve a formular con él. Hay que ser realmente bravo.
Por eso es uno de nuestros preferidos y una nota indispensable si lo que quieres es capturar en una botella, el alma del invierno.