Por esta zona hay gente que lo llama Timó o Espígol de marina. Es primo hermano del espliego y la lavanda, y aunque su olor no es tan intenso, resulta inconfundible. Mi lazo con la família de las lavandulas se remonta a mi más tierna infancia, cuando pasaba parte del verano en Mira ( Cuenca). Allí, mi abuelo, tenía una caldera y plantaciones de lavandín. pero sobretodo, tenía un gran amigo, Don Paco, que gestionaba sus fincas y a quien mi padre seguió visitando durante muchos años. En la época de la siega, las calles del pueblo quedaban impregnadas del intenso olor que salía de la caldera, donde no paraban de destilar los haces de planta fresca, recién segada, que llegaba cada tarde desde los campos.
En el Empordà, la especie más común es el cap d’ase, que cada primavera colorea con su púrpura intenso matorrales, praderas y montañas. Es fácil deducir mi natural inclinación por esta planta y su aroma. Podríamos decir que junto al romero ( romaní), la jara negra ( estepa negra) y el tomillo ( farigola) , forman el cuarteto más típicamente Empordanés.
Su olor, similar al de la lavanda ( el espliego y el lavandín tienen un fuerte componente de alcanfor que los hace muy intensos ) es discreto y suave, aunque claramente distinguible. A la mayoría de la gente le resulta sumamente hogareño y familiar. ¿ Quién no recuerda las bolsas para perfumar la ropa que utilizaban nuestras abuelas? Aunque seguramente, será más bien por su extensa utilización en productos cosméticos, desodorantes y de limpieza. Pero eso no ha conseguido banalizarlo. Conserva una elegancia clásica, de toda la vida, que lo mantiene a salvo de las modas. Además, su aroma tiene propiedades relajantes y su aceite esencial (diluido en aceite vegetal inodoro como el de almendra) suaviza la piel. Todo en él, es amable. Y la amabilidad, en estos días, es un bien escaso. Por eso y todo lo demás , sin lugar a dudas, el cap d’ase es y será siempre una de las plantas obligadas en nuestras formulaciones.